Zoe y yo no nos parecemos en nada. Ella es una niña tímida, siempre bajo el brazo de nuestra madre pero que llora hasta quedarse dormida si no tiene que lo quiere. Apenas tenemos dos años de diferencia, pero yo me siento mucho más adulta, más madura, que ella. También nuestra salud es totalmente opuesta: mientras que Zoe siempre está enferma, frágil como una gota de lluvia, yo no recuerdo haber estado nunca en el médico o llorar por hacerme daño en las rodillas mientras jugaba.
A ella nuestros padres nunca le regañan, pero a mí se me exige comportarme siempre de manera correcta y, si Zoe quiere algo, yo se lo tengo que consentir; aunque fuese jugar con mis muñecas o ponerse mi ropa. Todo para Zoe: atención, juegos, cariño, comprensión… y soledad para mí.
Esta mañana Zoe ha vuelto a levantarse enferma. Las dos dormimos en la misma habitación y he estado escuchándola toser toda la noche. Nuestra madre le acaba de poner un termómetro y está sentada sobre su la cama, cogiéndole de la mano y cantándole en voz baja, casi para que yo no la escuche. Me siento impotente, aquí tumbada y mirando aquel momento que no es para mí. Quito todas las mantas que cubren mi cama y, sin mirarlas, ando hasta la cocina. ¿Si yo me pusiese enferma me cuidaría igual de bien? ¿Estaba sufriendo realmente Zoe o lo hacía para llamar la atención y dejarme sola?
Abro la nevera y cojo un batido de chocolate. Me lo bebo tranquilamente tumbada en el sofá, mirando fijamente un punto perdido de la pared. De repente, la voz de mi madre hace que vuelva a la realidad.
—Voy a la farmacia. Cuida de Zoe. ¡No tardo!— me dice sin mirarme, cogiendo el paraguas, el bolso y metiendo las llaves y el monedero dentro de él.
Sé que va a tardar en llegar. Es lo malo de vivir en mitad de la montaña, que todo está demasiado lejos cuando hay una emergencia. La puerta se cierra y entonces sé lo que tengo que hacer. Por Zoe, por mi preocupada madre y por mí.
Llevo dos horas buscando a Zoe y no la encuentro. Cuando aparqué el coche frente a la casa y vi que la luz de su habitación estaba apagada sentí que había ocurrido algo, pero realmente me asusté cuando llegué a su cuarto y vi que no estaba en su cama, cubierta de mantas y tiritando.
Le he preguntado a su hermana, pero me dice que no sabe absolutamente nada, que ella ni siquiera ha entrado en su habitación, pero hay algo en ella, su sonrisa al hablarme, que me desconcierta. Mi marido y yo hemos hablado en varias ocasiones sobre sus celos y sus cambios de humor, e incluso habíamos pensado en llevarla a un psicólogo para arreglarlo, pero aún no nos había dado tiempo de buscar uno.
Grito el nombre de mi hija menor, pero nadie me responde. No puede haber ido muy lejos estando enferma, tan débil y pequeña. Tiene que estar dentro de la casa, lo sé. Le vuelvo a preguntar a mi otra hija, casi gritándole, pero ella me abraza, sonriendo.
—¿Qué ha pasado?— le pregunto mientras la agarro por los hombros. —¿Dónde está tu hermana?
Ella me mira, esboza una sonrisa y se tumba en el sillón. Entonces me doy cuenta de algo: sus zapatos están manchados de barro. Cojo las llaves y, olvidando que está lloviendo y la temperatura apenas roza los diez grados, salgo a la calle en mangas cortas. Noto que el pelo se me empieza a mojar a los pocos segundos, pero no me importa.
Mis ojos se acostumbran rápidamente a la oscuridad de la noche, buscando en cada rincón de nuestro jardín alguna pista que me lleve hasta mi hija. Doy vueltas sobre mí misma hasta que reparo en un objeto blanco escondido en los arbustos. Me acerco y lo cojo, notando como mi respiración se acelera al notar que estoy tocando un brazo. Deslizo mis manos y siento unos dedos, pequeños y mojados por la lluvia. Tiro con fuerza y es entonces cuando puedo ver el cuerpo inerte de mi hija pequeña sobre el césped, casi encima de mí.
—¡Zoe!— le grito mientras la agarro con fuerza— ¡Zoe!
Pero ella ya no me contesta. Nunca más lo hará.
Yohana Anaya Ruiz
Es una joven de 27 años que nació en Málaga, España. Estudió dos años de periodismo, es graduada en filología hispánica por la Universidad de Málaga, tiene el máster de gestión del patrimonio literario y lingüístico español y actualmente está terminando el máster de profesorado en lengua y literatura castellana. Su pasión por la escritura empezó cuando tan solo era una niña. Tiene 5 libros publicados: La última lágrima, Mi reflejo, Resiliencia, Lo que ha quedado de mí y Maullidos en la gran ciudad. Los dos primeros son novelas y los otros 3 son poemarios. Maullidos en la gran ciudad, además, une poesía con fotografía de Málaga. Actualmente es muy activa en su Instagram @Yohana_anaya_ruiz donde sube sus textos y vídeos recitando.
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