Hospital psiquiátrico.
Carretera Central.
Estoy frente al Pabellón
de Mujeres.
La ponciana tiene abiertas
sus ramas
y acaricia el cielo, como si entendiera
de estos silencios sin brillo.
Atrás queda el Pabellón
de Varones.
Los veo, me miran, me preguntan
desde el abismo infinito
de los siglos
y yo no respondo, no hace falta.
Las poncianas se multiplican
adrede y me pongo mustia
sentada en esta banca
mientras el requiebro melancólico
de la cuculi me consuela.
Arriba, como cometa
está suspendido un nido vacío
sobre la rama más alta y esbelta
de esta momentánea compañera
que me dice adiós,
bañándome con su cálida estatura.
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