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Susana Gil Montelongo

Mi abuela lo dijo



La abuela tenía razón, la estaban envenenando. Nadie le creía, decía que le estaban haciendo brujería, que la querían matar; pero ¿Quién iba a querer hacerle daño?, no era millonaria, no era un personaje importante, ya habían muerto los parientes que podrían haberse sentido ofendidos por ella, solo estaban vivos los nietos, los sobrinos que ella había criado, compartiendo el pan ganado con su duro trabajo, obligando a su hijo a ganar dinero para que la comida no faltara.

¿Quién hubiera pensado que la sobrina favorita, su hija imaginaria, a la que amamantó quitándole el pecho a su propio vástago, la estuviera matando?

Nadie le creyó, pensábamos que eran palabras de una anciana demasiado vieja y cansada, ¿Quién podría querer hacerle daño?, si lo que recibía era gratitud, visitas domingueras de sus nietos y sobrinos.

Pero sí, fue extraño que la tía quisiera llevársela a su casa, donde apenas tenían espacio para ella, sus hijos, y el esposo postrado.

No la pudimos visitar mientras estuvo en esa casa; nunca estaban, nadie abría la puerta, nos consolábamos pensando que estaba con la sobrina que más quería, su hija imaginaria.

En fin, llegó el día en que la depositaron en casa, como si tuvieran urgencia en entregarla; salieron como si el diablo los empujara. La abuela estaba más flaca, con el cabello enmarañado, con la herida de la pierna ensangrentada.

Volvieron los lamentos por las noches, en el día insistía en que la embrujaban. Las visitas domingueras de la tía se volvieron tres veces a la semana.

No sabíamos por qué llevó a un doctor, esa fue la primera y última sospecha. Era raro, no hacía falta, ya tenía uno de cabecera, ese doctor no llevaba maletín, no dio receta. Algo andaba mal. Se lo dijimos a mi padre, pero no nos creyó, si su hermana imaginaria decía que era un doctor, así debía de ser.

Murió la abuela, habiéndole vendido a su hija imaginaria el único terreno que sería la herencia de mi padre, sin tiempo de recibir el dinero de la venta. El título de compra se efectuó a cabalidad sin dinero a cambio. Mi padre, perturbado, no se atrevió a reclamar.

Quien diría que un pedazo de tierra embrujaría a la abuela.

 

Susana Gil Montelongo


Ha impartido talleres de expresión de emociones a través de la literatura para niños y jóvenes, así como técnicas de lectoescritura en la Escuela Normal de Educación Especial Graciela Pintado de Madrazo. Es socióloga, terapeuta Gestalt y logogenista; diplomada en atención a personas con discapacidad auditiva. Actualmente estudia la Maestría en Educación en la Universidad Pedagógica Nacional Unidad Villahermosa.


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