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Vicente Gómez Montero

H y Alicia


Los vio. Y la siguió. Los siguió, más bien. Lo hizo porque, aunque tenía cita con el hechicero –al que no era aconsejable dejar plantado dada la duda sobre su amoroso entorno– quiso saber hacia dónde iba aquella chica de blondos cabellos, de nariz respingada y de apariencia linda, decidió correr tras un conejo vestido con toda elegancia, armado con un enorme reloj, así como con un chaqué de fiesta.

Las cosas que uno ve paseando por el parque, se dijo H. No contó con que la madriguera del conejo era más profunda de lo pensado. Entró el roedor, entró la niña, entró él. Cayeron los tres, uno tras el otro. Iban cayendo como si fuesen globos llenos de helio, hacia abajo, eso sí. Flotando, flotando. La madriguera estaba plagada de objetos flotando igualmente, rodeando a los tres, circundándolos de una escenografía multicolor, variopinta, atrabiliaria. Mapas, cuadros, sillones, libros, lámparas de petróleo, gafas, pelotas, estanterías donde los cuentos más hermosos de la literatura infantil recordaron a H su primera juventud. Caían, caían. No de golpe sino flotando, no como piedras, como plumas de ave, no a plomo, como libélulas que detuvieran el vuelo con sus alas. Finalmente, cayeron abruptamente.

El conejo, la chica, él, se levantaron para continuar la carrera por un amplio pasillo donde el conejo entró por una pequeña puerta. Alicia, la chica, no pudo entrar por ella dado su tamaño. Comió una galletita con la que pasó por fin. H no tuvo necesidad de comer ninguna galletita. Era lo suficientemente bajo.

Vio a la joven sumergirse en un mar de lágrimas –que después el autor de esas visiones diría que eran producto de la frustración de la muchacha– del cual salió para escuchar la laaarga charla del ratón de biblioteca sobre la conquista de Bretaña. Como la charla, a pesar de ser bastante árida, no los secó lo suficiente, decidieron correr una carrera loca –como es seguro que nadie sepa lo que es, me guardaré de explicarlo aquí haciéndolo al final de este texto con una hermosa nota a pie de página. (*)

Al final, todos los animalitos recibieron de Alicia un premio consistente en dulces de su bolsa. Ella recibió un dedal porque, según los animalitos, nadie debería quedarse sin un premio. H veía con atención todas estas correrías de la niña cuando sintió que alguien lo observaba detenidamente. No quería volverse. Su padre siempre le dijo que no tuviera miedo, que se volviera. Seguramente no habría nadie. ¿Y si sí lo había? Se armó de valor y se volvió a ver quién era encontrándose un enorme gato que lo miraba con una enorme sonrisa en la cara.

¿Qué buscas aquí?, preguntó el gato acentuando la mirada y la sonrisa.

Solo busco mi camina, respondió H.

Entonces nada es tuyo, aquí todos los caminos pertenecen a la reina de corazones.

No conozco ninguna reina, dijo H.

Es terrible lo que me dices. El gato dio dos o tres vueltas en el aire y se detuvo frente al joven. Sígueme, iremos a verla. Está tomando el té con el sombrerero loco y la liebre de marzo.

Ahí los encontraron. La reina, circunspecta, destacada de los demás por el atuendo rojo, muy similar al vestido con que se adorna el naipe inglés de tal palo. El sombrerero con su enorme sombrero de chistera y la liebre, así como la pinta Tenniel en los grabados hechos para el libro donde se recuperan estas visiones.

H no soportó los excesos, las bromas, los amplios espacios en los que cambiaban de lugar pues nunca lavaban las tazas por lo que trató de salir de la fiesta conservando las buenas maneras. No pudo hacerlo. Al ya estar con un pie fuera de la merienda, se tropezó con Alicia que iba acompañada con el conejo blanco.

Al tropezarse, H cayó sobre la liebre que cayó sobre una tetera que rodó hasta los pies de la reina estropeándole el calzado. ¡Que le corten la cabeza!, gritó su majestad. La guardia de corps, salida de quien sabe donde porque hasta ese momento la vio H, detuvo a H, al sombrerero, a Alicia, a la liebre y al conejo. El gato risón desapareció riendo.

H se enfrentó a los calabozos del palacio de la reina de corazones rojos –no la reina roja, como la llamó Tim Burton por esas malsanas fórmulas de la adaptación– donde conoció a otros prisioneros, como el famoso poeta Edward Lear, autor de muchos poemas non sense, antecesores de los de Carroll, el autor de las aventuras de Alicia.

Otros presos eran el intérprete griego, el castor, la oveja, el hombre con abrigo elaborado con papel periódico. Lear los entretenía recitando algunos de sus poemas como aquel que decía:

El Escarabajo de Bountiful, que siempre llevaba un paraguas verde cuando no llovía, y lo dejó en casa cuando llovió.

Alicia, igualmente presa en el calabozo, recopilaba los poemas de Lear para dárselos al reverendo Dodgson, muy amigo de su familia.

Él es quien escribe esto que nos está pasando, le dijo a H una ocasión.

Creo que estás equivocada, le dijo H, quien esto escribe es el hechicero que tiene la obsesión conmigo, con mi apariencia, con mi cuerpo.

No, no es así, dijo Alicia sonriendo de una manera perturbadora. Carroll es quien me sueña, yo te sueño a ti y tú sueñas al hechicero. Cuando Carroll despierte, todos desaparecemos.

No es posible, fue lo último que dijo H… y despertó de ese sueño absurdo. Se frotó los ojos, vio a su gatita llamada Diana y se vio al espejo desde donde le sonreía una niña de cabellos rubios, ojos azules y nariz respingada que parecía decirle, ¿ya ves?, te lo dije.

(*) Como bien dije, dejo aquí la explicación de la carrera loca, pues según Carroll nadie se estaba secando, entonces el Dodo propone que en lugar de eso deberían tener una carrera loca. El Dodo los ubica en una especie de círculo y todos comienzan y terminan corriendo cuando ellos quieren. Finalmente, cuando todos están secos, el Dodo grita que la carrera terminó. Cuando se le pregunta quien ganó, Dodo piensa mucho antes de decidir que todos han ganado y que tendrán un premio, que será entregado por Alicia. Alicia tiene suficientes caramelos en su bolsillo para todos menos para ella misma. Ella es premiada con un dedal que tenía en el bolsillo. Encuentra todo esto absurdo, pero tiene cuidado de no reírse ni de ofender a nadie.


 

Vicente Gómez Montero, nace en 1964. Tiene publicados Las puertas del infierno, relatos, 1996; Cuentos con las vocales, cuentos infantiles, 1999; Eroticón Plus, vv.aa., 2000 y Para un ambiente sin hombre, vv.aa. 2001. Además del libro de ensayos José Gorostiza, La palabra infinita, coedición Fondo Editorial Tierra Adentro y UJAT, vv.aa. 2001 y Antología de Teatro Infantil, publicada por EDIMUSA e ISSTE, donde presenta la obra de teatro El aprendiz del diablo, vv.aa. 1987. Publica su libro de teatro Los órganos milagrosos por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Ganador en 2004, del premio Celestino Gorostiza de teatro convocado por INBA, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Estado de Tabasco y Universidad Juárez Autónoma de Tabasco con la obra El otro hijo. Publica en 2010, El cargador de juguetes, editorial GUESA. El IVEC (Instituto Veracruzano de Cultura) publica su libro de obras teatrales, Cuando las hadas se volvieron locas en 2011. Ganador en el año 2010 de la Muestra Estatal de Teatro con la obra de su autoría, Las lámparas no son estrellas sobre la vida de Esperanza Iris. En el año 2011 presenta su obra La fortaleza de los nombres olvidados, en el teatro Esperanza Iris, dentro de la Temporada de Teatro organizada por el Instituto Estatal de Cultura. En 2012, estrena El triunfo de la mujer dentro de las celebraciones de la Muestra Estatal de Teatro. Estrena en abril de ese año, su obra La canción de Salo. Presenta en el auditorio de la UVM, la Pastorela Virreinal de Miguel Sabido en diciembre de 2013. En 2014 funda el grupo de teatro “Tras los rostros”, con jóvenes de distintos niveles universitarios, monta con ellos 6 obras de teatro de diversos autores. Además, dirige la obra de teatro de Octavio Paz, La hija de Rappaccini, inaugurando temporada en el Centro Cultural Villahermosa, diciembre de 2014. Recibe en 2015 apoyo para proyectos culturales, otorgado por el Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, México para realizar la dramaturgia de su obra Los otros 43. Publica en 2015, La pandilla de la musa en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Publica en 2017, El príncipe y los sortilegios, Gob. Del estado de Tabasco. Ese año recibe la presea Celestino Gorostiza, por trayectoria teatral otorgada por la UJAT. En 2018 publica dos libros de teatro, El árbol de los siete demonios, Editorial Letras de pasto verde, El error de Titivillus y El signo de las hadas (cuentos) editorial IP. En 2019 es nombrado director de Fomento a la lectura de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Tabasco.

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