De los cuatro bosques que conforman estas tierras, el del Este es el más temido y menos explorado. Son muchas las leyendas que giran en torno a estas tierras olvidadas por la luz. Rumores que hielan la sangre flotan entre la densa niebla que se esparce con el frío de la noche.
Cuando el manto de la oscuridad consume el camposanto, y el frío se apodera hasta del corazón más valiente, seres inimaginables se divierten perpetrando con sus sangrientas y oscuras danzas terrores inefables.
—¿Quién sería tan insensato como para aventurarse en tierras prohibidas al caer la noche? Exclamó Fharlo al momento que se le mencionó que en el Bosque del Este se encontraba uno de los tesoros de Kahl’ Zuthra.
El tipo sorbió el último trago de su tarro y aporreándolo salpicó toda la mesa.
La taberna estaba más animada que de costumbre; el fuego de las velas y candelabr
os danzaban al ritmo de las melodías que recitaban los bardos, y junto a las notas se adhería el aroma del tabaco despedido por incontables pipas.
La idea de encontrar siquiera una joya de tan magnífico tesoro hizo mella en su cabez
a por un instante, pero trató de apartar la ambición de su mente sorbiendo un poco más de alcohol.
—Sólo te pido que me acompañes hasta la orilla del bosque—le insistió nuevamente aquel tipo a Fharlo— Escuché que no muy lejos de la orilla vieron su marca en un pequeño claro, estoy seguro de que ahí está oculto el tesoro; además, Kahl’ Zuthra desapareció de estas tierras hace años y dudo que le moleste si alguien toma un poco de sus incontables tesoros esparcidos por el mundo.
Esta vez la idea irrumpió con más firmeza en Fharlo y entusiasmado pero nervioso, aceptó acompañar a aquel sujeto que horas antes le hubiera ofrecido un tarro de cerveza.
Partieron al terminar su trago. El crepúsculo pronto daría paso al frío nocturnal, por lo que debían apresurarse. Así que montaron un par de caballos cenizos y tomaron el rumbo.
Llegaron a los principios de la arboleda apenas trascurridas unas decenas de minutos. Era claro como la vegetación cambiaba de manera drástica a medida que se acercaban más al bosque y los caballos parecían más inquietos.
—¡Al fin llegamos! —exclamó jubiloso aquel sujeto mientras desmontaba. —Sólo espérame aquí y con suerte volveré en algunos minutos. Después de esta noche ¡seremos ricos!
Palmeó la pierna de Fharlo, cruzó los matorrales y perdiéndose entre las sombras desapareció con dirección al claro.
Así fue como nuestro malaventurado amigo se quedó cuidando los caballos en espera a que su nuevo compañero volviese, pero no fue el caso. Con el transcurrir de la siguiente hora, que le pareció eterna, cayó en cuenta que aquel sujeto no regresaba, tardando más de lo acordado; además, el único camino seguro para volver en vida de ese claro maldito era justo por el que se había marchado. De modo que la preocupación no tardó en apoderarse de él, y un escalofrío viajó por su columna vertebral como balde de agua helada al recordar los horrores que ese bosque guarda a los desafortunados.
Decidido a no irse sin su compañero, con temor y temblando, recorrió el mismo camino por el que lo viese partir.
No caminó mucho hasta que dio con el claro que le habían mencionado.
Todo era silencio.
La luz espectral de la luna naciendo bañaba como finos risos a los árboles claramente marchitos creando fantasmales ilusiones cada vez que Fharlo barría la mirada de un lado a otro.
Ocasionalmente el aullido lejano de alguna criatura rompía el silencio erizando la piel de quien pudiera escucharlo.
Dio solo un par de pasos cuando tropezó y cayó rodando por un barranco lodoso y fétido hasta detenerse bruscamente con un árbol. Se incorporó inmediatamente pero su cabeza chocó con un pesado bulto que pendía del mismo árbol que detuvo su frenética caída y llevándose la mano a la cabeza se dio cuenta de que estaba empapada por un líquido viscoso de olor desagradable.
De pronto se encendió a su espalda una hoguera con una llama incandescente tan grande que iluminó por completo aquel lugar. Solo así pudo apreciar con claridad que aquel bulto que aún se balanceaba en el árbol, era su compañero ahora desollado y con las vísceras al aire. Su corazón dio un salto y se detuvo un instante que pareció eterno al escuchar la carcajada espectral que irrumpió de repente tras él estremeciendo el bosque.
Fharlo volteó repentinamente y con un nudo en la garganta, palideció mientras caía sentado.
Ahora, frente a él se erguía entre las llamas una imponente figura de enorme tamaño con una reluciente armadura negra rodeada de un espeso humo que la cubría parcialmente. Sus ojos como brasas centellearon con un fulgor maligno y lentamente salió del fuego abrasador.
—¡Mortal insignificante!— gritó al momento que empuñaba con fuerza su reluciente espada negra y retorcida. —¿Creían que podían robarme mis tesoros? ¡Su castigo no terminará con la muerte! —dijo acercándose cada vez más.
Cada paso hacía temblar la tierra.
Fharlo horrorizado tomó cuanto tuvo a su alcance para arrojar contra aquel ser infernal, pero todo traspasaba su cuerpo.
Kahl’ Zuthra levantó su espada lo más alto que pudo para asestarle una tajada mortal, pero Fharlo resbaló con el fango ensangrentado esquivando el golpe de la hoja.
Dio un giro por la tierra mojada y emprendió la huida despavorido. Las risas resonaban por cada rincón del bosque y la vegetación parecía cobrar vida retorciéndose tratando de evitar su escape. Presa del terror corrió durante horas lo más rápido que pudo con rumbo incierto y sin mirar atrás.
La luna pronto se ocultaría dando paso al sol.
En un último aliento, y casi consumido por la locura, atravesó matorrales que rasgándole la ropa lo hicieron caer al suelo con el corazón a punto de estallar.
Una luz dorada bajó repentinamente y su cara fue tocada por el primer rayo del sol.
Sólo pasó un instante, y se dio cuenta de que su prolongada carrera lo llevó a las afueras del Bosques Este.
Aún pálido, observó largamente el lugar por el que el bosque lo había expulsado de sus entrañas, pero únicamente se veía la oscuridad predominante entre aquella extraña vegetación que ahora parecía apaciguada.
Tardó un tiempo en recobrarse. Su cuerpo magullado estaba repleto de moretones, y en su mano izquierda, que aún empuñaba con fuerza, conservaba una de las piedras que había tratado de arrojar al caballero espectral.
Intrigado giró sobre su cuerpo y al abrir su mano su cara fue iluminada más por el asombro que por el arcoíris que surgió al descomponerse la luz sobre aquel prisma de carbón cristaliza
do del tamaño de un limón que irónicamente casi le cuesta la vida.
Adrián Barahona
(01 marzo 1993) Artista plástico originario de Villahermosa, Tabasco. Ingeniero en sistemas. Profesor de dibujo y pintura. Creador de obras originales de colección. Escribe poesía y cuentos de terror o suspenso. Ha participado en exposiciones en el Instituto tecnológico Superior de Comalcalco, 420 fest Villahermosa, Taller 27, Casa Macuilli, Casa Siempreviva, Museográfica Desarrollo Cultural. Ha publicado su obra en, El club de los broken hearts y Guardianes de la cultura. Ha sido entrevistado por Revista Cantagrillo, Tv Ujat, Mas podio deportes, Huitziquetla pedaleando andamos, Canaco Servitur y Edentab Tv.
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